El apacible verano había dado paso a un otoño áspero e incomodo, el viento arrastraba las hojas caídas de aquí, para allá y estas reinaban por todos los rincones del lugar, lo cubrían todo, la piscina en otro momento cristalina ahora se tornaba opaca y el frio suelo de mármol que rodeaba la impresionante construcción también se mostraba invadido por oleadas aéreas de las desahuciadas por el tiempo. Todo este movimiento se arremolinaba alrededor de una casa majestuosa, que parecía revestida de nácar, su entrada dominada por dos robustas y esbeltas columnas, entre ellas, gruesas puertas de madera, bellamente decoradas que daban paso a un interior lleno de lujo y comodidad, todo el edificio, rebosaba a la vez elegancia y fuerza manteniendo un equilibrio que rayaba en la perfección. Ante todo este derroche de arte pasaba inadvertida una frágil figura que estaba acomodada en un sofá, de la gran sala, junto a la chimenea, estaba inclinada hacia delante leyendo un viejo libro de ajadas aventuras, solo llevaba una bata de seda que se acomodaba a su esbelta forma, el pelo como fuego se deslizaba sobre sus hombros con un brillo y una belleza estremecedora, su rostro bajo el yugo de dos esferas verdes, era el espejo en el que se miraba la naturaleza, de un todo, reunido en ese pequeño conjunto de átomos que formaban esa maravillosa presencia. Unos pasos resonaron en la entrada, la puerta se abrió y giro pesadamente, dos hombres entraron en medio de una animada conversación o al menos así lo parecía, atravesaron el pasillo e irrumpieron en la gran sala.
_hola cariño _empezó el más viejo, era un poco más bajo que su compañero, usaba lentes correctoras y el pelo blanco, no llegaba a cubrir su cabeza-¿te has aburrido mucho todo este tiempo?
_no _contesto ella secamente
_Mira quien ha venido, es Derek, ¿te acuerdas de el?
Te lo presente el mes pasado en aquella recepción del embajador argentino, creo recordar que te pasaste toda la tarde hablando con él.
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